Jueves 14 de febrero de 2013
José Vicente Rangel, quien para el 11-A fuera ministro de la defensa y responsable de la atípica actitud de los militares y de los hechos ocurridos ese día, según confesiones de los protagonistas, que guardamos en nuestro archivo histórico; hoy, menospreciado por Chávez por su conducta indefinida, ha soltado como perla, que “la partida del mandatario nacional a La Habana produjo una desestabilización emocional, pues el líder lo es todo”. Para él, se genera en sus seguidores, manipulados con el engaño, la mentira y el mendrugo, “un sentimiento de miedo, indefensión y vulnerabilidad, por la sensación de perder lo que han logrado bajo la gestión del presidente Chávez”. Obvia Rangel, que no es un resultado inesperado, ya que ellos, como adláteres del mesiánico personaje, con cálculos imprecisos, manejaron su enfermedad con tacto maquiavélico, para lograr empoderarse indefinidamente, sin imaginarse lo que les repararía el destino, tras un manejo desasistido y sintomático de la enfermedad con el apoyo de los Castro, hasta quedar entrampados en la realidad presente, de la que no encuentran como salir.
Creyeron que era fácil imponer la tesis de una sucesión gubernamental democrática, fundada en el criterio de la “continuidad administrativa”, obviando todas las teorías jurídicas que diferencian al ente gobernante del proceso administrativo, para encontrarse en un atolladero lleno de ignorancia. Existe un presidente electo, que si no se juramenta, no es presidente en ejercicio, no preside, y mucho menos puede renunciar. Tampoco puede ser representado como tal, ya que la propiedad del mandato, según la doctrina, como dice Bielsa, “el juramento, más que por su valor jurídico, moral y religioso, debe ser presentado cuando una disposición lo prescribe y la resistencia a hacerlo justifica la revocatoria del nombramiento”. En este caso la Constitución lo prevé para el 10 de enero, cuando termina un período presidencial y se inicia otro; y la Ley de Juramento, norma reglamentaria constitucional, en su artículo 1º establece que: “Ningún empleado podrá entrar en ejercicio de sus funciones sin presentar antes juramento de sostener y defender la Constitución y Leyes de la República y de cumplir fiel y exactamente los deberes de su empleo”
Pero más que su miedo culpable, hay un gran temor en todos los venezolanos, ya que no existe ni la más mínima idea de lo que puede ocurrir si Chávez no regresa al país o muere en su intento. Se produciría la situación inédita, de un expresidente ausente en un auto destierro, un presidente electo no juramentado, y un gobierno usurpador de un mandato gubernamental, fundamentado en una inconstitucional sentencia, que lo ha mantenido gobernando por largo tiempo, donde se han producido actos de gobierno, supuestamente emitidos por el presidente electo, quien sin juramentarse no tiene capacidad jurídica para hacerlo y por lo tanto son actos írritos, nulos de hecho y sin valor alguno.
Dijo JVR, que: “Hugo Chávez, dejó una soledad afectiva y una significativa tristeza en el chavismo”, pero no dice, que todos ellos con su apasionado sectarismo y su gobierno ilegítimo, han transformado al país en una satrapía “revolucionaria” incontrolable, que pone en dudas la inmediata vuelta a la democracia.