Aquí, guarimbeado…
Humberto Seijas Pittaluga
¡Ojo, señores del Sebín y la DIM, no salgan todos apresurados a ponerme preso por lo que escribí al comienzo! Lo que utilicé en el título fue un participio pasivo, no un gerundio. O, para ponérsela más bombita, ya que ustedes de gramática no deben saber mucho —si no sabe de eso el jefe de ustedes, el nortesantandereano, que quedará para ustedes—: yo estoy sufriendo de guarimbitis, no las propongo, no las incito, no las instalo. Vale decir, soy el sujeto pasivo que solo las sufre. Pero como dicen que “sarna con gusto no pica”…
Desde mis ventanas puedo ver dos de las que bloquean el tránsito automotor en el sector de la ciudad donde vivo: la Valencia que desde siempre se apellidó “del Rey”. Ciudad que está vuelta flecos después de la gestión de un alcalde rojo que en buena hora está preso por caco y malversador —y debieran añadirle el delito de ineficiente, pero lamentablemente no existe— y por la actual gestión de un chafarote que ordena vía Twitter ataques “fulminantes” contra quienes protestan. Sería bueno que alguien le regalara un mataburros para que vea que de las 13 acepciones del verbo “fulminar”, 9 tienen que ver con muerte. ¡Vamos, que ni a “del Bufón” llega ahora Valencia! Veo las barreras improvisadas, las calles íngrimas, el estacionamiento del supermercado vacío (uno supone que por las barreras no pueden llegar los camiones con mercancías). Y veo a los muchachos que aguantan sol esperando que aparezcan las tropas de asalto del régimen para fajarse con ellas; tropas que nunca llegarán porque, en verdad, esas barricadas no entorpecen la circulación general en la ciudad, solo la de nuestro sector porque la urbanización está en las afueras, casi en los boondocks, como decimos los pitiyanquis.
Confieso que no me gustan las guarimbas. Las odio desde que, ya hace bastantes años, cuando también estaban de moda, tuve que amenazar de tiros a unos guarimberos que me impedían que llevara a mi esposa, con cáncer terminal, a una clínica por una emergencia. Solo cuando vieron que la cosa iba en serio, arrugaron y quitaron los obstáculos. Pero es que no les encuentro lógica. Debe ser que soy bruto de la cabeza pero, ¿cómo es eso de que autoflagelándonos, hostigándonos, causándonos bloqueos a nosotros mismos, vamos a salir del títere accionado por los cubanos y sus ineptos ministros? Las barreras serían eficientes si los bloqueáramos a ellos en sus lugares de trabajo (es un decir, ellos no trabajan: mangonean), en los sitios desde donde hacen farragosas cadenas diarias para mentir con descaro, en las guaridas de las bandas de motorizados armados por el régimen, a fin de que no puedan salir a acabar (eso creen ellos) con las movilizaciones de ciudadanos inermes pero decididos a hacerse sentir.
Recientemente, el alcalde de la ciudad acudió a un sector de clase media —en donde había ganado por paliza en las elecciones de diciembre— para solicitar que dejaran entrar a los camiones del aseo urbano para llevar a cabo la recolección de la basura que lleva varios días sin recoger. Pues fue vituperado, caceroleado y amenazado. Le tocó retirarse con sus camiones. Y el mosquero, y las ratas, gozando un puyero con el banquete que se están dando. Autoflagelación, sin duda. Igualito que los filipinos en Semana Santa.
Yo, aunque las detesto, las aguanto pacíficamente. Pero me duele ver, por un lado, a gente que tiene necesidad de movilizarse, porque tiene una emergencia médica, porque está en un oficio en el cual no hay cheque de quince y último sino pago por días trabajados, porque le avisaron de la gravedad de un familiar en otro sector de la ciudad, o en otra población, y no pueden desplazarse. Por el otro, a unos muchachos que —jóvenes al fin— se activan más con el corazón que con la mente y hacen caso a las recomendaciones que hace un tal señor Alonso desde más de tres mil kilómetros de distancia. Indicaciones meramente teóricas y sin mucho análisis que pudieran ser efectivas si fuesen acatadas por el cien por ciento de los habitantes. Pero que no lo son si son implementadas por, cuando mucho, la mitad de la población. Me duele la inmediatez de lo que proponen, la falta de visión a largo plazo, la falta de una estrategia sólida. Pero es que son jóvenes. Y, como tales, con derecho a chambonear…
Pero, como digo una cosa, digo la otra. Pareciera que las fulanas barricadas están funcionando. Se ve a los jerarcas como asustaditos, nerviosillos, meramente reaccionando. Lo malo es que, con gente que no tiene mucho en la cabeza, las reacciones son desesperadas. Muertes, heridos, torturas, vejaciones, destrucción es lo que han generado las reacciones viscerales que les surgen. Aderezadas, eso sí, con las recomendaciones que les dan los cubiches del gerontócrata cubano al cual sirven. Claro, sus seres queridos están en la isla; presos, pasando hambre, sin poder decir ni pío, pero lejos de las balas asesinas de los guardias nazionales. Y solo Dios sabe cuánto le duele tener que escribir esta frase a alguien que le dedicó 34 años de su vida a esa institución. Que fue respetada y reconocida como necesaria, y que ahora no pasa de ser aborrecida y despreciada.
Razones más, de peso, para seguir en la resistencia. Con guarimbas o sin ellas…