Enrique Prieto Silva
Jueves, 23 de julio de 2015
Los hombres grandes entran a la historia como parias generalmente rezagados. Ellos creyeron intentar hacer algo por la humanidad, pero ésta vio su hechura como un fracaso. Solo, pasado el tiempo, cuando esa hechura se transforma en realidad deslumbrante, pasan a la historia como ¡héroes!, gigantes que conquistaron la gloria con un claro ideal, por el que lucharon desinteresados y sin pasión. La historia está llena de estos gigantes, que sin ínfulas y sin revoluciones conquistaron el mundo. Y si a la historia vamos, encontraremos que solo por necesidad asumieron el poder para salvar su realidad, y por curiosidad, el poder los deslumbró y los tiró al cadalso.
Hoy en nuestra patria Venezuela, sufrimos la aventura de un fantasmagórico personaje, que como en las fábulas, soñó, soñó y soñó con su querencia, hasta enredarse con los hilos de un Morfeo que lo transformó en cenicienta sin hada, pero con un gran parecido a Pinocho. Todo increíble en los inicios del siglo xxi y el tercer milenio, que como decía Luis Beltrán Prieto: “una argamasa que brotó de un mar de leva, destellando en la arena sin cascajo”, pero ahí lo tuvimos, montado en un taburete presidiendo la República, inventando barbaridades y conduciéndonos a su mismo cadalso, para morir de hambre y de tristeza. ¡Increíble!, toda una sarta de perversos aduladores y vividores, que con las alforjas llenas y muchos oropeles en uniformes, togas y birretes, desesperados gritan: ¡Chávez vive y la lucha sigue! Y todos, con su hija al frente lo llamaron ¡el gigante! Mientras tanto, en su interminable cola, como en la anti patria, ¡el pobre sin trabajar adormece con la envidia de quien libertad pidió! ¡Patria, patria, patria querida! Una frase para embelesar la ruindad en que el “eterno” nos la dejó como legado.
¡El grande! ¡El gigante! ¡El versado! ¡El mesías! ¡El eterno! ¿Pero, que podemos esperar del vándalo y del iletrado, cuando los magistrados del TSJ, se convierten en adoradores de la insania y van al “cuartel de la montaña”, para pedir en sesión solemne al “difunto” insepulto, que los ilumine para llevar con ciencia cierta y verdad jurídica, toda la sensatez que da el efluvio del estudio y la tranquilidad de conciencia, en el momento de tomar decisiones justas y acertadas; sin embargo, siguen produciendo con torpeza decisiones injustas y contrarias a la ley?. Toda una sarta de tozudeces sin razón, donde la vaguedad no alcanza para enfrentar lo irracional. Igualmente, generales y doctores, igual que en el pasado del “benemérito”, se suman a los irracionales, plagando de fotos, carteles, afiches y hasta imágenes de santuario, las oficinas y todos los espacios públicos, creyendo que con adoración se hacen ángeles y santos, o se transforman diablos en querubines.
No se puede olvidar la prepotencia ridícula del "difunto eterno"; una de sus más notorias excentricidades, que a más de su estúpida monserga, logró pervertir a sus seguidores con su miseria mendruguera. Una suerte de suspiro portentoso subyugado por la vanidad de quien siempre se sintió ungido cual deslumbrante mesías; que a final, lo condujo al estúpido mausoleo en el cuartel de la montaña y allí yace como cualquier faraón de los antiguos egipcios.
La grandeza del gigante no se decreta, ni se compra, ni se vislumbra, ella se logra cuando sus obras lo alcanzan y lo elevan. Aquí una paradoja: ¿Cómo podemos llamar grande o gigante, al personaje que con su soberbia, estupidez, ignorancia y malignidad, elegido por el voto del pueblo, se hizo llamar revolucionario y condujo al país a la ruina miserable que hoy tenemos?