Macrocefalia
Humberto Seijas Pittaluga
La farsa montada por el régimen el día cuatro para ascender a oficiales de la Fuerza Armada desde el panteón, más un reciente artículo de Noel Álvarez que trata el tema, me obligan a terciar en el asunto. Antes, una digresión gramatical: casi todos los diarios del día cinco titularon explicando que se había ascendido a “efectivos” de las FAN, creyendo que ese sustantivo es un sinónimo de “oficiales” o de “tropa”. Nada más incorrecto. Ese término, en singular, significa: “número de individuos que conforman una unidad militar”; en plural, que es como uno lee más frecuentemente, quiere significar: “la totalidad de las fuerzas militares (personas, armamentos y material de guerra) que, bajo un solo mando, acometen una misión”. Todos, pero especialmente los jefes de redacción, debemos tomar nota y reemplazar la palabreja por algo que en verdad describa al individuo o los individuos a ser referidos: “oficiales”, “uniformados”, “personal militar”, etc.
Aclarado lo anterior, entremos en materia. En cualquier fuerza armada seria no se verá el triste espectáculo de 145 oficiales recibiendo su segundo sol en un mismo día. Eso no es serio. Pero el ilegítimo tampoco es el culpable en este caso: se encuentra ante un hecho cumplido. Es que, en una de las numerosas pachotadas que cometió Boves II antes de su muerte, decidió que “el ascenso es un derecho” y así lo mandó a poner en la ley respectiva. Desde la antigüedad y hasta el día de hoy, en todos los estamentos armados del mundo, se ha entendido que el ascenso es un premio al mérito. Que es como debe entenderse por el bien de las instituciones armadas: eso desata la competencia entre los candidatos a ser promovidos; es, para ponerlo en palabras de Darwin, “la sobrevivencia de los más aptos”. No todos los graduados en una promoción pueden llegar al tope. Eso es aberrante porque va contra la lógica y la justicia. Menos aquí porque el difunto que nunca se iba a morir decidió que “meritocracia” era mala palabra e hizo lo indecible para acabar con la gente destacada en la Fuerza Armada, en Pdvsa y en la administración civil. Que las había, por montones, pero él se dedicó a reemplazar a quienes tenían currículos por quienes tenían (tienen) prontuarios.
Es comprensible —pero no aceptable— esa manera de proceder en un individuo tan enamorado de sí mismo y tan henchido de megalomanía —del griego μεγαλο, grande, y μανία, locura— como el pitecántropo barinés. Nadie podía siquiera asomar la cabeza, destacándose, porque la cuchilla lo segaba. Por eso hay oficiales, administradores, economistas e ingenieros petroleros regados por todo el mundo, en el exilio —forzado o voluntario, no importa—, haciendo más ricas a otras repúblicas; los que se quedaron, están oxidándose en sus casas, sin empleo, sin poder contribuir por el progreso de la nación; en ergástulas del régimen tipo Ramo Verde o el Helicoide; o, peor aún, en las tumbas regadas por todo el país.
Invito a los lectores (que los tengo en la oposición y dentro del régimen) a que se metan en Google, o mejor aún en “Jane’s”, —la casa inglesa especializada en publicaciones referidas al potencial armado de los diferentes países del mundo— e investiguen un rato. Verán con sorpresa que Venezuela tiene más generales y almirantes que la suma de los que tienen las fuerzas armadas de España, Francia, Alemania e Inglaterra juntas. O, para usar uno de los ejemplos puestos por Noel Álvarez, tenemos más del doble de los oficiales de insignia de ¡los Estados Unidos! Por eso, vemos hoy a generales que ocupan puestos que hasta hace pocos eran ocupados por tenientes coroneles. Y lo hacen sin sonrojarse en lo más mínimo. En los ascensos más recientes, fueron promovidos a vicealmirantes 34 contralmirantes. Montan a uno en cada nave de guerra —desde patrullerita hasta fragata— que sea capaz de ser desatracada y navegar, y más de la mitad de esos soleados deberá quedarse en el muelle. Por contraste, recordemos que en la US Navy, los portaviones atómicos —en propulsión y en armamento— son comandados por capitanes de navío. Y cada uno de ellos lleva más aviones que todos los que tiene la Aviación criolla. Por lo que, continuando con el ejemplo, si montamos a uno de los 26 ascendidos a generales de división de ese componente, más de la mitad tendrá que quedarse en los hangares de la base aérea.
Esa deformación no puede seguir porque entorpece el empleo de la Fuerza Armada en el caso de ser necesario su despliegue, y porque no es económicamente sostenible. Hasta ahora, el excedente de soleados ha sido enviado a cebarse ¡y mire que han engordado! En cargos de la administración civil. Pero eso tiene que terminar. Y terminará, con el favor de Dios. Al gobierno que llegue a poner nuevamente el país en rumbo hacia el progreso, además de un país quebrado se va a encontrar con un estamento militar macrocefálico, menos capacitado, menos profesional y menos institucional que el anterior. Tendrá que estimular la salida anticipada de muchos mandos militares y de enjuiciar y poner presos a otros cuantos. Pero eso requiere de formidable voluntad política y de fuerte y verdadero amor a la patria…